Y de repente, mi mente se pone a hacer lo típico de todos los días, sin siquiera mirar el calendario. Aún no me he dado cuenta, aún sigo narcotizado por los tragos de ayer. Hasta que, mientras hago como que estudio, levanto la cabeza del libro y miro el calendario maltrecho pegado en la pared…
Sábado, 29 de Noviembre del 2008. Lo tenía marcado y remarcado desde principio de mes. Ya había llegado, y con él, los recuerdos recortados del día de ayer. Sólo recordaba lo que le prometí. Sólo recordaba que me dormí para que el tiempo pasara más pronto.
Y tan pronto como este pasó, yo empecé a sonreír.
Me fui del calor vacío de mi hogar a por un Sol moribundo que cazar. Pero mientras el reloj daba vueltas, este se me iba escapando y ayudado por las nubes, no pude si no dejarle esconderse una vez más.
Y poco a poco, el frío me iba menguando. Mis manos apenas respondían y el viento, orgulloso, me tentaba para hacerme temblar. Pero lo que no sabía es que yo temblaba de ilusión, y aunque mis manos estuvieran frías, mi corazón se mantenía caliente.
Hasta que apareció por una esquina, tal y como había soñado. Pero observo que está hablando por el móvil. Al principió no me preocupé, podía esperar un poquito más, pero al observar quién estaba al otro lado del teléfono, la cosa cambió. El muchacho de la que ahora era mi muchacha exigía hablar conmigo. Qué remedio…
No hay nada como una buena amenaza para entrar en calor.
La conversación (si es que se le puede llamar así) terminó pronto. Y tan pronto como acabó, la cogí del brazo y nos fuimos por las calles más escondidas de la ciudad. Huyendo de la gente, huyendo de las luces, huyendo del mundo…
Sólo nosotros dos, antetodo y sobretodo.