sábado, 15 de noviembre de 2008

Fechas que no se olvidan

Quizás cuando te di esta carta te preguntaste que estaba haciendo, cuales eran mis intenciones o que me traía entre manos.

Hace algún tiempo hubiera sido así, pero bueno, la gente cambia, el tiempo pasa y al final todo se va a la mierda.

3 de Febrero, 1992. 

Es un día que no recuerdo. Trescientos sesenta y seis días y curiosamente aquel día apareciste tú. Justo cuando yo no estaba. Creciste distante a mi, dieciseis años sin saber de mi existencia y yo de tu presencia en este mundo.

Hasta después de haberte encontrado, todavia seguia buscando en atardeceres podridos, por que era imposible que alguién como tú estuviera destinado a alguién como yo.

El destino me falló una vez más y quién soy yo para pedirle explicaciones.

16/11/o8

Olas sin viento

Quizás tú, desconocido lector de viejo pergamino, tengas el suficiente valor para leer algo más de tres líneas antes de echar al fuego esta mentira, esta herejía ante los dioses y los hombres. 

Pero si una duda sobre ellos aún corroe tu interior y quieres descubrir algo más allá de la supuesta verdad, sigue leyendo, pues te contaré la historia de un hombre que dio su corazón al mar por un sueño...



P.D: bueno, seguramente os preguntareis: y ahora queeee? Bueno, este tipo de relato los llamo prólogos, son historias más largas, que abarcarian demasiado tiempo y esfuerzo. Por ello, dejo esta entradilla para si alguna vez me veo con fuerzas, escribir la historia completa, aunque para ello quede mucho tiempo... Hasta entonces, seguiré con mis relatos de poca monta y pocas lineas ^^

Un puñadito de buena voluntad

Cuentan que un joven marinero se echó a la mar picada con tan sólo un puñado de sal.

Apesar de que todos lo consideraban loco por salir entre la tempestad, el cogió su bote sin dudarlo un instante.

Pero el Dios de la voragne lo vió y castigó su osadia enviandolo al fondo del mar.

El pobre marinero se murió ahogado sin siquiera le preguntaran porqué hacia eso...

Nadie se atrevió a pensar en su buena voluntad de devolver el puñadito de más que el mar le había dado. 

Y es que aveces, hasta un Dios se puede equivocar.