Otra vez la copa es de cristal y no de sombrero y el truco consiste en no vomitar. O hacer que el público no se de cuenta. Demasiados polvos mágicos entre humo y espejos antes de cada actuación y como cada noche, termina buscando un buen conejo que golpear con la varita hasta hacerlo desaparecer.
Siempre se trata de desaparecer.
Algo por aquí, algo por allá y en menos de un mes todo el dinero se ha esfumado de la cuenta bancaria. Y esos tipos no han parado de llamar en toda la noche. De éstos sí que no te puedes escabullir. Ellos también son grandes magos y su especialidad es el truco de cortarte por la mitad y desaparecer.
Siempre se trata de desaparecer.
El descanso dura quince minutos, ya apunto de acabar. El público, expectante, se acomoda de vuelta a sus butacas después del cigarrillo. El mago, en el baño, sujeta la cabeza entre las piernas hasta querer hacerla desvanecer. Tocan a la puerta. Saben quien es. Alarga el brazo para abrir, pero se queda mirando la esquina de ese pañuelo que sobresale de la manga. Vuelven a tocar. Piensa rápido:
El espectáculo debe continuar.
Saca con prisa el infinito pañuelo arcoiris y lo anuda entre su cuello y la cañería de la cisterna. Tira fuerte. Ya no se andan con medias tintas y están reventando la puerta a patadas. Cuando siente los pies a un palmo del suelo, ata un nudo como puede y traga saliva por última vez. Todo está negro cuando apenas oye el último chasquido entre el puente y el pestillo.
Horas después, inhala una bocanada de aire con olor a cadáver y siente un escalofrío muy vivo a lo largo de su cuerpo. Sale, abre la cámara que tiene al lado, se viste con las ropas del muerto vecino y se marcha del tanatorio. Al salir, le preguntan quién es y responde enigmáticamente con una sonrisa...
Un mago nunca desvela sus secretos.
O al menos eso decía el Gran Houdini.
lunes, 11 de abril de 2016
Suscribirse a:
Entradas (Atom)