Sirve sonrisas en vasos de ginebra cuando la Luna llena, no mira.
Trabaja cuando los búhos atentos campan en las anchas calles del silencio y ángeles negros venden polvo blanco que te puede llevar al éxito, o al fracaso. Ella decidió pisar los suelos y dar consuelos de cuarenta grados a los fracasados que nunca tocaron el éxito. Los grandes desconsolados... aquellos que se consuelan por saber, que no han llorado.
Todos los días llora y cada noche, a deshora, rompe una botella de anis y se pregunta si podrá seguir así. Huyendo de su vida, huyendo de ti. Si el crispar de sus nervios sólo se reflejan en esa botella rota que la mira como si fuese uno de sus viejos sueños. Si de verdad sirvió buscar cobijo en la sonrisa de otras personas que, indiferentes a ella, sonrien cada vez que levanta su elixir de felicidad.
Ese que a ella nunca le dejaron probar.
Ahora mismo debe estar en los brazos de un cenicero, besando colillas y quemando recuerdos. Esperando en la oscura barra del bar a que cualquiera venga a secar sus lágrimas con un carnet falso y un par de monedas. A que hagan menos pesada la espera de apagar las luces, cerrar la puerta y enfrentarse de nuevo a aquella maldita botella que cada noche, se vuelve a llenar.
Vaciando poco a poco... su voluntad.
miércoles, 21 de octubre de 2009
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