lunes, 28 de diciembre de 2009

Alma a las Puertas del Infierno

Lo único permanente es el cambio.

Y ya sé que no puedo hacer nada por evitarlo, que las mangas de mi chaqueta hace tiempo que se quedaron cortas y ya no puedo guardar ningún as en su regazo. Ya no puedo mirar a los años como ese gran muro que va a ser escalado. Ahora es tan sólo una gran pared que se derrumba conmigo, sin hacer ruido, sin hacer nada.

Nadie más lo oirá. Nadie más me oirá.

Y caeré en ese espeso mar de incertidumbre, sin una mano a la que agarrarme, sin una última frase celebre que recordar. No sé mirar a los grandes momentos a la cara. No cuando son grandes. No sin dos copas de más. No podré dejarme llevar por ese instinto distinto del de los demás. Simplemente, miraré el reloj y pensaré que no puedo darle cuerda, que ahora llevan pilas que los hacen funcionar. Ya no hay excusas, ya no hay monedas para apostar. Seguramente debo de estar vomitandolas en la puerta de los servicios de algún bar. Sólo, a oscuras, con una puerta entreabierta al mundo real que ya no puedo abrir. Ya no hay más que ese retrete que me comunica directamente con mi infierno particular.

Así acabaré cuando pase el tiempo, cuando las pilas del reloj se acaben y no haya nadie que me salve del mar sin ventanas dónde espero sin respirar a que una mano humana me quiera encontrar como alma sin cuerpo, sin nada que apostar... Sin nada por lo que luchar más que un recuerdo reciente aferrandose por no olvidar.

Ese soy yo y nada más.