En ese sentido, el lector siempre tiene razón y nadie puede prohibirle que se tome la libertad de hacer de un texto el uso que le cuadre. Y esta libertad implica hojear, volver atrás, saltarse pasajes enteros, leer frases a contrapelo, entenderlas mal, transformarlas, buscarles una continuación diferente, adornarlas con todo tipo de asociaciones, sacar conclusiones de las uqe el texto nada sabe, sentirse molesto por el texto, gozarlo, olvidarlo, plagiarlo y también arrojar el libro en determinado momento al rincón.
Toda lectura es un acto anarquista. Pero la interpretación, y muy en especial aquella que pretende ser la única correcta, se ha propuesto subyugar dicho acto.
Hans Magnus Enzensberger
lunes, 20 de octubre de 2014
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