miércoles, 10 de junio de 2009

Santo y Puta

Eres el hombre que anuncia el amor de un Dios que sólo unos muertos conocen. Portas túnica y alba y una cruz sobre tu pecho. Te acercas a jóvenes, niños y enfermos y les prometes un mundo mejor a cambio de su sudor en esta mala tierra.

Albergas tranquilidad y semblanza en tu rostro, pero sól me basta una mirada para saber qué te mata por dentro, misionero de Dios.

Pues tú me hablaste la muerte y yo te hablaré del amor, del que me piden las personas de tu alrededor y que guardan mi silencio con doblón y beso.

No conoces el placer de engendrar una vida ni el calor que se desprende al sentir un corazón palpitar. Nunca has compartido lecho con nadie más que contigo, así que nunca aprendiste a leer los sueños ni a cumplirlos una vez despiertos.

Destacas por tu nobleza y pureza a los jos de quién todo lo ve, pero por las noches se que sueñas con cualquieras de pecho turgente y anchas caderas, y por las mañanas no hay Dios que te baje la quema de tus sueños turbios.

Yo soy la sombra que oscurece tus sueños, el fantasma que calienta tu invierno, el susurro que te hace estremecer. No me debes temer, pues todos me miran y nadie me ve hastas que llega la hora y quieren verter el amor que tu Dios les otorga en mis piernas de mujer.

Somos santo y puta, no hay mayor parecer.

Nuestro aférrimo enemigo

¡Pardiez! Olvidé que los pajaros pajan pajas de incienso ameno con condónes de esparto hartos del sueño ageno de la salsa de tomate, la que se bate en el debate de la ensalada contra nuestro aférrimo enemigo (¬¬'') : El Peregil

Las Barbas de Dios

Voz que truena en el grillar de una lámpara ciega que apena con su llanto a la cerilla valerosa que se arroja al infinito sin reflejar el sonido trillado qeu se esconde en el tejado de las barbas de Dios.

La Puta de Poniente

Hace tiempo encontré una mujer de ojos azules ya bien gastados y cabello de oro apurado que vagaba por barrios oscuros con andares tan poco elegantes como ya lo eran sus pechos.

Tenía un acento sureño y lo paseaba con orgullo ante la espera del atardecer, cuando empezaba lo suyo, menester de amor por un par de brillantes sueños de los que calientan el estomago y llenan la cama.

Una noche le ofrecí rodajas de cobre por el sabor de sus labios, pero antes decidió contarme una historia de las pocas que aún vivían de boca en boca.

Decía que una niña de ojos tan profundos como el océano y de pelo tan brillante como el Sol nadaba en la orilla de una playa de la Graná, donde el viento de poniente no tregua en su batalla de rozar las miradas de su gentío. La niña jugaba sosegada, en el litoral tranquilo, pero una ola de estas traicioneras la cautivó a la fuerza y se la llevó donde los barcos amarran para descansar, y marineros se marean sin el mar.

Se despertó en la dura piedra del puerto, dolorida por dentro, y aunque su mente borró aquellos negros momentos, su corazón vagó herido buscando quién era... quién había sido. Pero nunca encontró respuesta en la niña de ojos profundos y cabello brillante que se reflejaba en el mar dormido.

Durante los siguientes años fue apurando el brillo de sus ojos y sus carnes morenas para ganar respeto. Ganó un nombre, dinero, y aprendió que una palabra puede doler más que una puñalá, pero que son estas las que matan.

Al final, acabó entre las grandes ciudades, que le abrieron el infierno que se encontraba en los cielos de los gigantescos edificios, hasta que a los 3 solsticios le dieron el tierno aviso de calle y callejón.

Ahora cuentan que los pobres le mendigan amor por las callejuelas de la ciudad sin saber quién era aquella mujer y la niña que siempre estuvo en ella.

Caballero de cabellera

Mi caballera roza el suelo con el pensamiento de seguir creciendo hasta poder agarrarse a la tierra y no soltarse nunca jamás, aguantar hasta que raíces aparezcan y flores impregnen los cabellos que alcanzaron tocar el suelo.

Soy un guerrero del viento, que camine en corcel blanco por los desiertos rojos del nuevo mundo. Conservo esta larga melena igual que aún mantengo bien amarrada mi vida y afilada el hacha que las corta y envía a los Dioses infernales que habitan en lo más profundo del océano.

Mis andares suenan al galope de unas amplicas zancadas y el sonar de los casbabeles que cubren mi barba, pues sólo tengo los ojos descubiertos y siempre abierto, reine el Sol, la Luna o las estrellas nocturnas que tiritan conmigo tanto en invierno como en verano.

Estoy sólo, pero no siempre lo he estado. Abandoné mujeres, hijos y caballos para demostrar al desierto que ni él puede secar esta melena, que no hay condena posible para el que ostenta el honor de nunca haber caido en combate.

Por eso vago por el desierto, alimentandome de las alimañas que lo moran. Pues estoy pisando el gran reloj de arena que marcará el fin de mi sueño en el momento en que mi caballera toque la tierra, se aferre, y crezca grande y fuerte un roble allí dónde alguna vez yo pisé. Mi corazón se volverá de madera, pero batirá a la arena y la convertirá en tierra dónde poder plantar esperanzas para mi gente.

Mi vida se acabará, pero así mi pueblo, vivirá.

Pensamientos inversos

Quizás fueron las largas piernas de la madrugada las que te trajeron a este bar, el que hace esquina con la ciudad, entre el puente y la carretera que lo cruza.

Aparcaste la moto y entraste sin vacilar, pero en este lugar todo el mundo miente por un trago, viola por una cama y se calla la puta boca si no quiere que se la callen los demás.

Una vez estás dentro, el silencio se convierte en tu chaleco antibalas y tu mirada en la única arma a tu disposición. Viniste buscando distraerte y ahora tendrás que estar muy atento para salir de aquí. La partida ya ha comenzado y las cartas están sobre la mesa.

Las miras, nos miras y pides tentar a la suerte una vez más. Después apuestas fuerte, demasiado fuerte para empezar. Por mucho que tu falsa indiferencia lo niegue, los tienes de corbata y lo único que quieres es terminar, levantarte de la mesa y tirar corriendo por la puerta de atrás.

-Lo veo-digo al compás de mis monedas.

Los demás se echan para atrás inminentes ante el momento. Los segundos se consumen en miradas que podrían matar, pues es la hora de quitarse el chaleco y abrirse paso entre el fuego cruzado.

-¿Que tienes?- pregunté incisivo.
-Tengo... tu vida entre mis manos.

Almas perdidas

Quinta y Sexta,
almas perdidas
en curvas de madera...


Tuareg

Montaña de arena que remontas los cielos cabalgando al viento, ven a por mí.

Povlo usado por los mortales que ahora los dioses levantan sin piedad, ven a por mí.

Ola sedienta de almas que amargas al Sol con un rojo amanecer, ven a por mí.

Soy libre, por eso estoy aquí.

Una triste pareja

Una garganta herida grita hasta la mentira más gutural, tanto como lo es la herida que la acompaña y más de lo que duele gritarla.

Pero lo haces... aunque duela. La garganta y la espera de la ostia que conlleva decir tu mundo. No existe el mundo, pues todos tenemos el nuestro y sólo intercambiamos los fragmentos que nos convienen como cualquier poker de media noche.

Sé que no estoy sólo en esta partida, sé que quién me guiña surca por mis venas la misma sangre de sus heridas, pero joder...

Me pide un full y yo no tengo más que una triste pareja.