Eres el hombre que anuncia el amor de un Dios que sólo unos muertos conocen. Portas túnica y alba y una cruz sobre tu pecho. Te acercas a jóvenes, niños y enfermos y les prometes un mundo mejor a cambio de su sudor en esta mala tierra.
Albergas tranquilidad y semblanza en tu rostro, pero sól me basta una mirada para saber qué te mata por dentro, misionero de Dios.
Pues tú me hablaste la muerte y yo te hablaré del amor, del que me piden las personas de tu alrededor y que guardan mi silencio con doblón y beso.
No conoces el placer de engendrar una vida ni el calor que se desprende al sentir un corazón palpitar. Nunca has compartido lecho con nadie más que contigo, así que nunca aprendiste a leer los sueños ni a cumplirlos una vez despiertos.
Destacas por tu nobleza y pureza a los jos de quién todo lo ve, pero por las noches se que sueñas con cualquieras de pecho turgente y anchas caderas, y por las mañanas no hay Dios que te baje la quema de tus sueños turbios.
Yo soy la sombra que oscurece tus sueños, el fantasma que calienta tu invierno, el susurro que te hace estremecer. No me debes temer, pues todos me miran y nadie me ve hastas que llega la hora y quieren verter el amor que tu Dios les otorga en mis piernas de mujer.
Somos santo y puta, no hay mayor parecer.
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