Mi caballera roza el suelo con el pensamiento de seguir creciendo hasta poder agarrarse a la tierra y no soltarse nunca jamás, aguantar hasta que raíces aparezcan y flores impregnen los cabellos que alcanzaron tocar el suelo.
Soy un guerrero del viento, que camine en corcel blanco por los desiertos rojos del nuevo mundo. Conservo esta larga melena igual que aún mantengo bien amarrada mi vida y afilada el hacha que las corta y envía a los Dioses infernales que habitan en lo más profundo del océano.
Mis andares suenan al galope de unas amplicas zancadas y el sonar de los casbabeles que cubren mi barba, pues sólo tengo los ojos descubiertos y siempre abierto, reine el Sol, la Luna o las estrellas nocturnas que tiritan conmigo tanto en invierno como en verano.
Estoy sólo, pero no siempre lo he estado. Abandoné mujeres, hijos y caballos para demostrar al desierto que ni él puede secar esta melena, que no hay condena posible para el que ostenta el honor de nunca haber caido en combate.
Por eso vago por el desierto, alimentandome de las alimañas que lo moran. Pues estoy pisando el gran reloj de arena que marcará el fin de mi sueño en el momento en que mi caballera toque la tierra, se aferre, y crezca grande y fuerte un roble allí dónde alguna vez yo pisé. Mi corazón se volverá de madera, pero batirá a la arena y la convertirá en tierra dónde poder plantar esperanzas para mi gente.
Mi vida se acabará, pero así mi pueblo, vivirá.
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