Quizás fueron las largas piernas de la madrugada las que te trajeron a este bar, el que hace esquina con la ciudad, entre el puente y la carretera que lo cruza.
Aparcaste la moto y entraste sin vacilar, pero en este lugar todo el mundo miente por un trago, viola por una cama y se calla la puta boca si no quiere que se la callen los demás.
Una vez estás dentro, el silencio se convierte en tu chaleco antibalas y tu mirada en la única arma a tu disposición. Viniste buscando distraerte y ahora tendrás que estar muy atento para salir de aquí. La partida ya ha comenzado y las cartas están sobre la mesa.
Las miras, nos miras y pides tentar a la suerte una vez más. Después apuestas fuerte, demasiado fuerte para empezar. Por mucho que tu falsa indiferencia lo niegue, los tienes de corbata y lo único que quieres es terminar, levantarte de la mesa y tirar corriendo por la puerta de atrás.
-Lo veo-digo al compás de mis monedas.
Los demás se echan para atrás inminentes ante el momento. Los segundos se consumen en miradas que podrían matar, pues es la hora de quitarse el chaleco y abrirse paso entre el fuego cruzado.
-¿Que tienes?- pregunté incisivo.
-Tengo... tu vida entre mis manos.
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