sábado, 23 de febrero de 2008

El Final de la Lista

Sale el Sol por el horizonte. Detrás de mi, el mundo entero.

Un mundo lleno de guerras, de muerte, de incertidumbre ante todos y ante nadie. Los ricos, se hacen mas ricos junto con los pobres, que se hacen más pobre. Putas paradojas del mundo... siempre tan crueles como reales. ¿Para qué luche tanto por un mundo libre? Lo único para lo que sirvió dar libertad fue para que la tomaran unos pocos y la violaran por turnos y en grupo.

Ahora, por camino de cabras y bandidos, abandono ese mundo por el que tanto luché, con una lista en mano. La lista de todos aquellos que murieron por ese ideal. Mis amigos, mis compañeros, o al menos, gente que luchaba contra la corriente insaciable del todo o nada. ¿De que sirvió?

No lo sé, pero repetir una y otra vez las mismas palabras sí que no me servirá. Están muertos, simplemente. Su "larga vida" duró menos de lo que hubieran querido y más de lo que hubieran pedido. No pidieron nada. Inquebrantables, imbatibles y simplemente, únicos. Todas sus penas ya pasaron... ahora donde estén vivirán felices, o quizás sólo es que no viven y por eso son felices.

Caminando, despacio y deprisa. Soñando con qué mas hallá del horizonte, me espera algo mejor. Guiado por la Luna, cegado por el Sol. Siempre el mismo camino, camino de bandidos, camino sin conocer. Hasta poder estar al final de la lista, junto con todos mis compañeros...

Caminé hasta llegar a dónde nunca pude. La Ruta de las Lágrimas se abría ante mí, ante mis ojos, ante mi mente, ante mi corazón marchito. Llegué hasta el borde, donde se habría el Nuevo Mundo que tanto buscaba.

Y después de tantas puestas de soles, de tantos bandidos tendidos en el suelo sangrantes de odio, de soportar el peso de la soledad en mis espaldas, salté y por un momento, el último momento de mi vida, volé, soñé y realmente, pude ver el Nuevo Mundo que tanto buscaba, para acabar ahogando las penas con sudor, lágrimas y conmigo mismo.

Ignorante ignorancia

La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia

Paul Broca

miércoles, 20 de febrero de 2008

Polvo en la Nada

Nací. El mundo no se percató de mi llegada, ni yo de su existencia. Mi mundo en aquel instante era la fuente de la que me alimentaba, el calor que esta misma me ofrecia y un amor simplemente único.

Crecí. Mi mundo era como una sonrisa. Única y llena de vida. Una vida en la que esa sonrisa se tornaría a otros muchos gestos, pero daba igual, en aquel momento tenía la suerte de siempre poder sonreir.

Y ahora vivo, y soy capaz de ver. Y ahora que veo, he descubierto que no quiero hacerlo.Cada vez que veo mi mundo, sólo noto el tic tac de un reloj que me indican que mi tiempo en él se acaba. También noto como él siente ese mismo tic tac, indicando que su tiempo con la raza humana se acaba.

Se consume, espotáneamente rápido como el final de una novela que narra un escritor dependiente de hojas de las que alimentarse. Se consume como esas mismas hojas en la mayor de las hogueras. Una hoguera en la que se hechó demasiada leña, olvidandose de las cenizas. Las cenizas ya no eran nada.

Asi surgímos. De cenizas, de nada. Pero nosotros estabamos ardientes, guardando el poquito calor que poseímos antaño. Y queriamos recuperarlo, estabamos ardientes de consumir. Daba igual que fuera, tierra, agua, luz... hasta consumir la mismísima sabiduría de la que carece Dios.

Y ahora, somos una gran hoguera. Arde vigorosa, por que aún tiene el qué quemar. Pero queramos o no, todas las luces se apagan, y la Humanidad no será una excepción. Cuando no podamos arder más, simplemente, volveremos a ser lo que fuimos...

Un polvo en la nada, que ya no es nada.

domingo, 17 de febrero de 2008

Voluntad de Cristal

Llovía.

Sólo recuerdo que llovía.

Los grandes heroes se apostaban en sus posiciones, dando moral a los nuestros, colocando al resto en cada rincón de la inmensa e inexpugnable fortaleza, construida por los ancestros hará ya un millar de millares.

Pero incluso hace un millar de millares, las rocas siguen siendo rocas y nada más. Si colocas una piedra sobre otra, son dos piedras. Si colocas cien mil, una fortaleza. Y si tienes alguien que sepa dónde colocarlas, un reino.

No soy nada más que eso. Otro bloque de piedra más que colocar para formar una fortaleza de espadas, cotas de malla y escudos. Ahora mismo, no soy nada más.

Pues son los grandes heroes los que ganan las batallas. Las que sus nombres son recordados en esos pergaminos que tarde o temprano serán quemados, roídos o simplemente olvidados. Un heroe sabe donde colocar a sus tropas, como hacer que se mantengan firmes y saber dónde tiene que estar. No importa que sea tierra de nadie. Si un heroe debe estar allí, estará.

Eso son los heroes, heroes y nada más.

La batalla comenzó y todos nos mantuvimos fuertes. El primer impacto fue brutal, su carga desmesuradamente potente. Pero nosotros no cedimos ni un paso, los heroes no dudaron ni un instante. Las rocas, seguían siendo rocas.

Y crash, la puerta se rompe y empieza el combate. La madera, se vuelve astilla y se clava en aquellos que mueren o se arrodillan. Se abalanzan sobre nosotros e incansables y moribundos, incluso en el suelo dan centelladas. Valientes hijos de puta... ni con mil hombres podríamos haber hecho callar sus gritos de venganza.

Y poco a poco, nuestra ferrea disciplina se va mermando. Y su ira se va acumulando cada vez más. El primer de los heroes ya yace muerto y astillado y lentamente como el mejor de los venenos, se van extendiendo planta por planta, matando a todos nuestros compañeros.

Susurros que cobijan el miedo entre las filas de las murallas empiezan a surgir. Susurros que ven como a quedado la primera guarnición. La roca, sigue siendo roca, pero tiembla ante el inminente terremoto.

Y por fin se muestra el primero de los heroes enemigos. El sólo, sin nadie, con el pecho descubierto y tan sólo un hacha, avanza hasta la segunda de nuestras puertas. El capitán de la guarnición, un joven heroe que ganó todo su rango en un golpe de suerte, pareció haber olvidado que los milagros solo ocurren una vez.

Y se oye el crujir del hacha contra el metal y el hueso. Vemos como nuestro capitán yace muerto en el suelo, con un bulto sangrante donde antes tenía el bonito yelmo dorado. Ya le dije que no importaba que fuera de plata oro o hierro, que si le golpeaban, le matarían igual. Y el heroe enemigo le zarandea para comprobar si sigue vivo. Acto después, simplemente lo agarra y lo lanza ante las nuestras puertas. La roca, sigue siendo roca y está manchada de sangre amiga.

Y mientras iracundos, los hombres disparan sus flechas al minúsculo heroe enemigo, el resto del ejercito avanza en dirección contraria a este. A por la puerta, a por nosotros, a por mi. Los crujidos de la puerta, asustan a los hombres, los gritos del enemigo, el viento frío, la lluvia y el cielo oscuro. La roca, dejó de ser roca, ahora son hombres.

Y la moral de los hombres es tan quebradiza como el cristal. Un golpe duro y se hace trizas. Basta con uno heche a correr para que hechen a correr todos los demás. Y así perecierón aquellos que protegian la Segunda Puerta, pisandose los unos por los otros, en pos de correr más que nadie para poderse salvar.

Y ya todo, está perdido. Se puede reflejar en los ojos del Tercer Héroe. Ya no tenemos nada que perder, los hombres no seguirán a nadie. Ya no son más que ganado indefenso al que poder devorar con ansia. Y ahora, es cuando, la roca, deja de ser roca para poder ser quién es de verdad. Nada que ganar sin mucho que apostar.

Y la Tercera Puerta se abre ante los ojos de ambos bandos. Salió un simple guerrero, con la misma arma y armadura que todos. Nadie sabia quien era, ni lo sabría nunca. Simplemente, salió, miró hacia atrás un momento y echó a correr ante el enemigo.

Y llovía...

Sólo recuerdo que llovía.