miércoles, 19 de diciembre de 2007

La vida que nadie quiere

Aire...

Respiro...

Oigo el sonido de mi respiración, tranquila, profunda, enferma. Antes todo iba bien. Antes, tenía todo lo que un hombre podía desear. Antes, era importante para la gente. ¿Cómo he acabado aquí? Postrado en una cama, respirando a través de fríos metales, ya solamente soy un enfermo, uno más entre los que me rodean.

No, no soy uno más. Toda la gente que me quería, toda la gente que me apoyaba, todos aquellos a los que le importaba, todos, ya no están. Desaparecieron hace mucho tiempo, pero yo, no me di ni cuenta.

Mis tardes se consumen en esta habitación, cada vez más pequeña. Y solitarias, me recuerdan la triste verdad que se ocultaba tras mi vida. Mi maravillosa vida.

Ya sólo recuerdo mis antiguos momentos de gloria como cualquier otra estrella, demasiado vieja para seguir, demasiado débil para continuar. Mis manos, que en otro momento fueron aclamadas, perseguidas, envidiadas, ahora no son más que bastas extremidades gastadas, demasiado frágiles para siquiera poder coger un vaso.

Mi tiempo se consume, a la vez que mi cuerpo. El humo gris que me dio tan buenos momentos, vienen a cobrar el pago por todos ellos. Y él no se conforma con poca cosa.

Poco a poco, día a día, se acerca un poco más. Debería estar asustado, debería tener miedo he intentar escapar. Debería haber hecho tantas cosas... y las pocas que hice me han conducido a mi tumba vacía de flores, de tierra mojada por el rocío de almas que me deberían recordar.

Pero no me arrepiento. Quizás escogí mal, no lo niego. Pero escogí. Es la diferencia de todos aquellos viviendo vidas que no quieren, hablando de lo que no quieren, amando a quien no quieren. Quizás halla fallado a mucha gente, pero no me he fallado a mí.

Y el 18 de Diciembre de algún año, la vida que nadie quería vino a cobrarse su merecida recompensa...

Peso Muerto

Silencio.

No se oye nada más, sólo silencio.

Nada.

Ni el ruido, ni los gritos, ni el viento... Nada.

Sangro.

¿Por qué sangro?

Sólo sé que sangro

Me caigo.

Estoy tendido en el suelo. Hace frío, mucho frío. Sé que hace mucho frío. Pero no tengo frío... ¿por qué no tengo frío? Hay nieve, debería tener mucho frío...

Alguien me arrastra. No se quién es, pero alguien me arrastra. ¿Acaso alguien se preocupa por mi? Sólo soy un peso al que echarse encima. Herido, insensible y cansado. ¿Para que cargar conmigo?

Siento calor. Y también frío. Siento algo. Estoy llorando. Duele. Siento, y eso duele. Las heridas no duelen, los golpes tampoco. Sólo duele sentir. Nada más...

Y poco después, silencio, sólo silencio...

El Reflejo de un Ignorante

Cansado. No puedo explicarlo de otra manera. Simplemente, estoy cansado. Cansado de palabras bonitas que esconden verdades inquietantes. Cansado de verdades que esconden palabras menos bonitas. Cansado de imágenes ante un espejo, que sólo refleja lo que queremos. Cansado de un reflejo que es más importante, que todo lo que de verdad tenemos delante. Cansado, simplemente, cansado.

Es que... ¿hay otra manera de expresarlo con más certeza? Agotado, extenuado. Pero no, mis fuerzas aún no se han agotado, mi voluntad aun no está extenuada. Aún no, mas disminuye peligrosamente.

Mi fuerza... mi voluntad...¿todo ello para que sirve? ¿Con qué fin? ¿Para qué fin? Alguien dijo que lo único que no sabia era que no sabia nada. Y yo lo único que se, es que quiero saber el saber de las cosas. El dar una respuesta a tantos enigmas. Pero una respuesta que no sea, el reflejo del ignorante.

Todo el mundo se a enfrentado al reflejo del ignorante. Hay quién ha preferido ver el reflejo que este le ofrecía. Hay quién ha preferido no mirarlo, y aceptar el reflejo sin más. Hay tantas personas. Tantas y tantas, y cada una tan y tan diferente, a la vez que parecida. Pero el reflejo brilla y atrae a las personas temerosas de caerse. Temerosas de no poder caminar sólas, de necesitar palabras bonitas ante el espejo. Ante un espejo que te mira, y sabe lo que quiere, lo que necesitas. Lo que todos necesitan, pero que no todos quieren.

Por que no quieren palabras bonitas, que esconden verdades inquietantes. Sólo quieren la verdad. Y la verdad no es algo que se pueda encontrar en un sitio, claro que no. La verdad se encuentra dispersa en todo el mundo. Cada persona guarda un pequeñisimo fragmento de la verdad absoluta. Aquella que rige el mundo de los hombres. Pero esta verdad se ha fragmentado. Mucha gente a dejado de lado a otra mucha gente, para crear su verdad absoluta.

Pero, ¿para qué queremos la verdad absoluta? ¿Para poder decir a la gente qué hacer, si están equivocados, o si lo que hacen es correcto? Yo no quiero verdades absolutas, ni espejos, ni palabras bonitas. Yo solo quiero vivir, para no llegar a la muerte, sabiendo que no he vivido.

Simplemente, Carpe Diem