Respiro...
Oigo el sonido de mi respiración, tranquila, profunda, enferma. Antes todo iba bien. Antes, tenía todo lo que un hombre podía desear. Antes, era importante para la gente. ¿Cómo he acabado aquí? Postrado en una cama, respirando a través de fríos metales, ya solamente soy un enfermo, uno más entre los que me rodean.
No, no soy uno más. Toda la gente que me quería, toda la gente que me apoyaba, todos aquellos a los que le importaba, todos, ya no están. Desaparecieron hace mucho tiempo, pero yo, no me di ni cuenta.
Mis tardes se consumen en esta habitación, cada vez más pequeña. Y solitarias, me recuerdan la triste verdad que se ocultaba tras mi vida. Mi maravillosa vida.
Ya sólo recuerdo mis antiguos momentos de gloria como cualquier otra estrella, demasiado vieja para seguir, demasiado débil para continuar. Mis manos, que en otro momento fueron aclamadas, perseguidas, envidiadas, ahora no son más que bastas extremidades gastadas, demasiado frágiles para siquiera poder coger un vaso.
Mi tiempo se consume, a la vez que mi cuerpo. El humo gris que me dio tan buenos momentos, vienen a cobrar el pago por todos ellos. Y él no se conforma con poca cosa.
Poco a poco, día a día, se acerca un poco más. Debería estar asustado, debería tener miedo he intentar escapar. Debería haber hecho tantas cosas... y las pocas que hice me han conducido a mi tumba vacía de flores, de tierra mojada por el rocío de almas que me deberían recordar.
Pero no me arrepiento. Quizás escogí mal, no lo niego. Pero escogí. Es la diferencia de todos aquellos viviendo vidas que no quieren, hablando de lo que no quieren, amando a quien no quieren. Quizás halla fallado a mucha gente, pero no me he fallado a mí.
Y el 18 de Diciembre de algún año, la vida que nadie quería vino a cobrarse su merecida recompensa...
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