La noche me acecha como una gata en celo, mientras la provoco con mi tenue respiración.
Creo que me había tomado cinco o seis cervezas cuando ya empezé a dar traspies. No sé que hora es, dónde estoy ni a dónde fue mi coche, mi movil y mis últimos tres euros.
Derepente he descubierto que estoy sólo, tendido en un banco de piedra en mitad de una plazuela y de la mirada intrigada de la Luna llena.
Me levanto como puedo, pero estoy mareado. Es como si se hubieran dedicado a apalizarme por cada trago de más después de esa quinta cerveza... ¿o quizás fue la sexta? Que más dá, aún no lo he recordado cuando empiezo a vomitar güisqui barato y helado de vainilla.
¿Por qué de vainilla? No lo sé.
El regusto entre lo dulce y lo amargo me acompaña por mi travesía entre la ciudad oscura que no consigo recordar. Hace un momento todo era fugaz, pero entre copa y copa debí traspapelar las risas, las sonrisas y los buenos momentos.
Ya sólo me queda una resaca infiel y tiempo para pensar, antes del amanecer.
martes, 17 de marzo de 2009
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