Nací. El mundo no se percató de mi llegada, ni yo de su existencia. Mi mundo en aquel instante era la fuente de la que me alimentaba, el calor que esta misma me ofrecia y un amor simplemente único.
Crecí. Mi mundo era como una sonrisa. Única y llena de vida. Una vida en la que esa sonrisa se tornaría a otros muchos gestos, pero daba igual, en aquel momento tenía la suerte de siempre poder sonreir.
Y ahora vivo, y soy capaz de ver. Y ahora que veo, he descubierto que no quiero hacerlo.Cada vez que veo mi mundo, sólo noto el tic tac de un reloj que me indican que mi tiempo en él se acaba. También noto como él siente ese mismo tic tac, indicando que su tiempo con la raza humana se acaba.
Se consume, espotáneamente rápido como el final de una novela que narra un escritor dependiente de hojas de las que alimentarse. Se consume como esas mismas hojas en la mayor de las hogueras. Una hoguera en la que se hechó demasiada leña, olvidandose de las cenizas. Las cenizas ya no eran nada.
Asi surgímos. De cenizas, de nada. Pero nosotros estabamos ardientes, guardando el poquito calor que poseímos antaño. Y queriamos recuperarlo, estabamos ardientes de consumir. Daba igual que fuera, tierra, agua, luz... hasta consumir la mismísima sabiduría de la que carece Dios.
Y ahora, somos una gran hoguera. Arde vigorosa, por que aún tiene el qué quemar. Pero queramos o no, todas las luces se apagan, y la Humanidad no será una excepción. Cuando no podamos arder más, simplemente, volveremos a ser lo que fuimos...
Un polvo en la nada, que ya no es nada.
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