Cuentan que un joven marinero se echó a la mar picada con tan sólo un puñado de sal.
Apesar de que todos lo consideraban loco por salir entre la tempestad, el cogió su bote sin dudarlo un instante.
Pero el Dios de la voragne lo vió y castigó su osadia enviandolo al fondo del mar.
El pobre marinero se murió ahogado sin siquiera le preguntaran porqué hacia eso...
Nadie se atrevió a pensar en su buena voluntad de devolver el puñadito de más que el mar le había dado.
Y es que aveces, hasta un Dios se puede equivocar.
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