jueves, 20 de marzo de 2008

Vestigios de un Futuro Aciego

Oigo el abrir de la puerta y el correr de las cortinas.

-¿Ya es la hora?- pregunté, aún con los ojos cerrados. Estaba cansado, con el cuerpo entumecido del escaso descanso, pero aún así, no tenía sueño.
-Ya se están preparando- me respondió, poco antes de salir de la oscura habitación.

Me levanté de manera torpe. Estaba agotado, como si una enorme presión recayera sobre mi. Sentía todo, pero no como siempre... me sentía de manera especial. Mis reflejos estaban intactos, mi cuerpo, totalmente preparado. Pero bastaba despistarse un momento para que hasta la mayor de las flechas se me resbalara entre los dedos.

Y así, comenzé a vestirme, como todos los días. Parecía aún que mi cuerpo no había asumido qué iba a pasar próximamente. En ese momento, todo parecía seguir el tranquilo curso de la rutina. Esa rutina que tanto odiaba...

Terminé de vestirme, tan sencillamente como siempre. Nada de armadura, yelmo o coraza. Una camisa y unos pantalones, un brazalete y un capa. La ropa de siempre para un día diferente. No necesitaba más.

Pero no, aquella vez tenía algo de especial. Urgué entre los cajones de lo mas hondo del viejo armario, para terminar sacando una antigua caja de madera maciza, pesada y polvorienta.

De repente, algo pasó por mi mente, en un momento duditativo. Busqué entre los pliegues de mi camisa con los dedos hasta encontrar la diminuta llave que pendía de mi cuerpo. Nunca había sabido el porqué la había llevado, pero no importaba demasiado.

Y tras el crujido de las visagras, simplemente lo saqué, me lo colgé al hombro y salí de la habitación. Esta vez, no hacía falta cerrarla, era la última noche que su cuerpo reposaría ahí... al menos con vida.

Era de noche. La luna brillaba con fuera, parecía expectante a la vez que tierna y misteriosa. Era una noche fría y el viento susurraba entre los árboles, rompiendo la falsa tranquilidad de aquella tierra. Los cuervos posaban pacientes en los árboles ante el inminente festín. Desde allí arriba, en la muralla, intento despejarme viendo como los hombres preparan los arcos, afilan las espadas y se movilizan a lo largo de ella.

Pero no me despejé hasta que sentí como me recogía con sus brazos detrás de mi. Podía sentir su dulce calor, agudizado por la fría noche. Me di la vuelta para ver esos ojos grises, la única de las razones por las que pasaba frío, sueño y cansancio en una noche como aquella.

-¿Es nuevo?- susurró al abrazarme.
-Vida dura, para gente dura...- susurré también. Me costaba hablar, me costaba mirarla, me costaba sentirla. Sentía tener la mente en otro sitio.
-Dicen que no va a quedar nada de la guarnición que proteje el castillo y el Camino Brillante. Que después de esta noche no quedará ningun hombre capaz de empuñar una espada que pueda llamarse Parmesí.

La miró nuevamente.

-Que bonita es...- pensó - ¿Por que te empeñas en querer preever el futuro? - sentía la voz frágil.
-Por que le presente se consume para dejar paso a un futuro incierto.-
-Mejor tener un futuro incierto por el que luchar que no un destino indeseado que no poder cambiar.
-¿Por qué no nos vamos entonces? Abandonad el castillo y huid con los ancianos y con los niños. Huid con nosotras. Mejor sería un futuro incierto por el que luchar todos y todas que un aciago destino por el que se enfrentan unos pocos.
-Unos pocos se enfrentarán a un aciago destino frente al resto, que se enfretará contra el futuro más esperanzador que vaya a haber jamás. Prefiero morir en una fría noche bajo la luz de la Luna que poneros en peligro- le acaricié suavemente la barriga. Estaba empezando a enfriarse ella también...

Y durante un momento de silencio, la besé, con todas las escasas fuerzas que me quedaban. Pero al final nos separamos. Nos separamos y ella se dió la vuelta mientras sus lágrimas volaban. Y se fue, hacia aquel futuro esperanzador donde yo no tenía cabida.

Y eché la vista atrás varias veces, con un amargo sabor en la boca. Nuestro último beso, nuestras últimas caricias, nuestras últimas palabras... Ya no, ya no importaba nada. El último fragmento de su ser, lo llevaba ella dentro de si. Lo que quedaba de él ya no era más que un arco y unas flechas.

-¿Ya te despediste?- preguntó mi hermano de armas, de batallas, de cicatrices y lágrimas, de esperanzas y sueños.
-Se acaban de marchar- dije suspirando.
-Entonces, esta ciudad ya está vacía. Lo único que queda de ella son algunos bloques de piedra, vigas de madera y banderas sin valor alguno.
-Ya sólo quedamos los Vestigios de un Futuro Aciego...

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