Querido e inexistente amigo:
Vengo a contarte todos los males que existen en mi mundo. ¿Por qué? Por que contartelo a ti resulta mas eficiente que contarselo a políticos, ricos u hombres de poder. Pero bueno, la avaricia humana no es tema a discernir en esta carta.
El mundo se va al carajo. Que novedad... ¿eh? Paso de ir contandote cada pequeña y diminuta desgracia. Bueno, las enormes desgracias tampoco te las voy a contar por que como son taaaan grandes seguro que ya las visto en televisión o internet.
Mejor te voy a contar la historia de alguién que no le ha pasado ninguna desgracia nunca. Que era tan y tan feli que un dia descubrió que no lo era. Sé que parece el principio de una chunga novela estadounidense que acaba con un final feliz, una rubia de bote y una medallita en el pecho por haber salvado el mundo mundial.
Mi historia es real... o quizás no, que más dá. Lo importante es lo que hizo, o mejor dicho, lo que no hizo.
Nos situamos en un barrio rico. Bueno, no demasiado rico, pero digamos que no se mueren de hambre. La familia era una buena familia. La típica que siempre se nos ha implantado. El padre trabajador y cabeza de familia y la mujer que cuida del hogar, de los niños y de que la cena y la camita estén siempre caliente para su cansado marido. Está la típica niña buena, el ojito derecho de su papá que está colada por un chico de su instituto y por supuesto, el niño travieso acompañado de su mejor amigo, un perrito juguetón y noble.
Pues bien, esta familia hacía lo que todas las familias como la suya hacian. Cada día por la mañana la madre se levantaba para hacer el desayuno y una vez puesto todo sobre la mesa, levanta a los niños que en pijama se toman el desayuno. Al poco rato llega papá, ya vestido con su traje de lino de 600 dólares que se sienta mientras coje el periódico que le ha traido el perro. Después de tomarse un café bien cargado da un beso a todos y se marcha en su lujoso megan classic. Los niños poco después cojen el autobús escolar y la madre recoje las cosas, limpia la casa y lo deja todo preparado para cuando lleguen de nuevo los críos. De mientras, le da tiempo cómo no a cotillear un poco con la vecina de al lado y de ver algun teleculebrón venezolano que echen en la tele.
Y llegan por fin los niños. La mayor le cuenta a su madre que hoy el ya conocido chico le ha invitado a salir al cine y que tienen que ir un día de compras para poder lucir un bonito vestido nuevo. El pequeño llega con las ropa sucia de jugar en el parque y se tiene que cambiar para poder empezar a comer. Finalmente, llega el padre con una sonrisa diciendole a toda la familia que ha conseguido un ascenso y que esta noche se irán a cenar a la mejor marisquería de la ciudad.
Todo parece bonito ¿eh? Quien lo diría... cualquier quedría tener una vida así. Eso es lo que le pasó al muchacho que te venia contando. Acababa de terminar la universidad y se preparaba para tener lo que a todo el mundo le hacía feliz: una hipoteca, una alianza, un jefe que le atosigara y cuatro bonitas ruedas. Pero una vez lo tuvo, pudo descubrir la autentica realidad que era aquello.
Nos situamos en un barrio aparentemente rico. Bueno, más bien cuando el sol aún anda por el horizonte parece un buen barrio, pero una vez se ahoga el Sol... ya os podeis imaginar. Pero bueno, al menos su familia era una buena familia. Estaba el padre, el cabeza de familia. La mujer hermosa que cuidaba de la casa, de que los niños no armaran demasiado jaleo y de que su marido no se la estuviera dando con otra. Cómo no, la típica niña buena, el ojito derecho de su papá y unas buenas piernas para el resto del barrio. Y cómo olvidar al niño travieso, que había sido detenido 3 veces por peleas callejeras y abusos.
Hacían lo que hacian todas las típicas familias. La madre se quedaba la cama por que los niños ya pasaban de ir al colegio y esas tonterias. La mayor se iba sobre las 11 en la moto de algún desconocido (que cada semana iba cambiando) y el pequeño tampoco tardaba mucho en seguirla. El padre se iba al poco rato en su destartalado coche, que desde hacía 6 años no le pasaba la ITV para llegar al trabajo donde le esperaba una larga mañana en los servicios con la secretaria para poder tener una reunión de 2 minutos con el jefe. De mientras, la mujer limpiaba la casa esperando a que llegara el de mantenimiento a tapar algun que otro agujero, como cada mañana.
Y los niños solían llegar hasta muy por la noche, pero antes a llegado el marido, que por accidente a descubierto que el de mantenimiento no tapaba los agujeros correctos. Gritos, insultos y demás para finalmente enterarse de que la niña no viene, que se va con el novio a Argentina, que el niño tampoco, que se va a un centro de menores por que se ha pasado dandole una paliza a otro chaval. Que la mujer se va con el de mantenimiento por que tiene mas futuro que tú y hasta el perro se a muerto por intoxicarse con la pintura que el de mantenimiento dejó ahí tirada.
De un día a otro, perdió todo lo que tenía, todo se le derrumbaba. Y entonces, se hizo la pregunta que nadie debe hacerse nunca: ¿Esto es la felicidad? Evidentemente, no le sirvió de nada, nunca pudo darle una respuesta, al menos, en los pocos ratos de lucidez que el alcohol le dejaba.
Eso es lo que hizo, amigo mio, preguntarse por un momento si lo que le habían dicho, era cierto o no. No le sirvió de nada preguntarselo, puesto que al poco murió bajo uno de esos puentes de piedra. Había perdido todo... y eso fue lo que le hizo pensar. No es gran cosa, pero por algo se empieza... no?
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