Se levanta antes de que la brisa de la mañana acaricie el cielo. Ella no bebe el rocío, sólo se toma un café y en medio del frío y la tos seca que la va matando, camina hacia su trabajo sin más luz que la de un cigarrillo.
El Sol da vueltas en el horizonte mientras las horas pasan. No descansa. No toma bocadillo al mediodía, no se va a almozar con su familia. El único recuerdo para sus hijos es una nota en la nevera para que sepan que meteran hoy en el microondas.
Y después de muchas horas aguantando pisotones de los que se creen superiores por tener un papelito que dice que saben algo, llega a su hogar. Con el cuerpo destrozado y la mirada casi perdida arropa a sus hijos que luchan contra el día a día.
Luego le espera en la cama un desconocido, un reflejo de quién la abraza en los retratos antiguos. Ese sentimiento en el pecho se ha ido ahogando poco a poco a golpe de whisky, bronca y borrachera.
Ella solamente espera seguir, así, tal y como está. Es capaz de campear un temporal, de bucear entre las olas mas grandes y de ahogarse con tal de mantener todo a flote. Todo por lo que a luchado, aunque su corazón agotado ya le pida descansar.
Se convirtió en la reina del fracaso, la virgen de los llantos, la dueña de los atascos y la maestra de las excusas. Pero ella es, en verdad, el gran sueño afilado que corta la realidad.
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