Cuentan que estaba perdida desde hace algún tiempo, que el brillo de sus ojos se iba desvanciendo con cada atardecer.
Algunos creen que fue por el corazón, que estaba dejando de latir. Otros dicen que entró en una depresión de las que no se puede salir, y que angustiada pasaba las horas encerrada en su habitación. Más a mi pesar, debería contar que la maté yo.
La mató mi voz, que le dijo que volvería, que regresaría y que volveríamos a vernos y a seguir construyendo ese mágico sueño que tantas veces soñamos, pero ocultamos, para que fuera nuestro secreto. Nuestro mayor anhelo, nuestro último deseo.
La mataron mis ojos, que la convencieron después de palabras dignas de un fantoche, de los que cada noche termina por desmembrarte y largase con todo tu dinero, tus ilusiones y tu coche.
La mató la bala que atravesó mi pecho.
Perdóname por lo que he hecho... sólo quise verte sonreir una última vez.
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