Era uno de esos caminantes medio descalzos sin rumbo ni monedas con las que cobijarse en cualquier taberna de mala muerte.
No descansaba al anochecer, ni cuando los bandidos de rondaban el pezcuezo para quitarle lo que ya le quitaron por nacimiento: algo por lo que luchar.
Y por eso camina incansable, pues nunca encuentra un motivo por el que quedarse entre bastardos y putas que cada día fingen peor que los de su alrededor les importan una mierda. Por eso camina por la noche con pellejo de cordero negro que no chilla cuando le rajan el cuello, que no se deja amedrentar.
Nada que perder, nada que apostar.
Empezó dando traspiés cuando todavía no sabía andar. Besó un suelo que le pertenecía a los demás pero nunca besó los pies de nadie. Un sendero a media noche no tiene Dios ni dueño, sólo el candelabro blanquecino que cuando más te alumbra, te deja tirado en la penumbra de algodones cambiantes con el sabor a los sueños que nunca pudo rozar.
Su historia no tiene final, como no lo tienen nunca sus pasos. Cuantan que con los años, aún lo ven caminando medio descalzo mientras avanza sin descanso.
Sin nada que perder, sin nada que apostar...
... Caminante nocturno en la oscuridad.
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