Continuaba la canción por el asfalto, un trepidante adagio de pitidos. En los cambios de ritmos podías ver a los directores, con batutas de colores que se empeñaban en dirigir una orquesta, que ni cabe ni entra por mucho que lo intentes. Aún así, los virtuosos se hacen con la práctica y estos al menos lo intentaban.
Llegaba tarde al concierto, así que buscó uno de esos instrumentos con los que se relacionaba día tras día. Era una especie de piano sordo, con una partitura digital enmarcada justo en frente que conseguía comunicarse con la gente y que no le matasen por llegar tarde. Sus dedos se movieron ágiles, componiendo una dulce melodía para mitigar a los descontentos y que no se les hiciera más lento el llegar de su sinfonía.
Pues cada día escribía una, pero la de hoy valía algo más. Había encontrado la pieza quelas unía consiguiendo juntar todo el trabajo que había estado componiendo en sus arduos años como músico en silencio. Tenía el presentimiento de que si alcanzara el tono correcto, y el público se encontrara predispuesto, podría llegar al reconocimiento y la ovación que bien se tenía merecida.
Con un compás allegro consiguió llegar a la sala contigua, donde esperaba su público el comienzo de la actuación. Sacó su maletín y busco entre sus partituras. Respiró hondo y entró. Desde la obertura, la indiferencia se palpaba en las butacas y aunque tuvieron el respeto de aguardar mientras derrochaba su talento, nada más terminar lo pusieron en duda.
- Dinos, ¿que nos has querido explicar con todo esto?
- Que la música va más allá de los conciertos, de los artistas y los instrumentos. Que presenciamos miles de melodías que se armonizan para formar los días. Que esas melodías están ahí y que sólo tenemos que pararnos para escucharlas, por que aunque no lo sepamos, ellas ya forman parte de nuestra vida.
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