Y sin decir cuando se despertó, o si en algún momento lo había hecho, se sentó en el estrecho margen marcado por el hormigón. Apoyó sus manos y empezó a leer lo que había pasado.
Y se quedó pensando...
Los puñales más afilados son los cortos y rápidos. Los que te meten en un callejón. Los que van directamente al cuello. Hay algunos que ni siquiera los ves. Son tan invisibles como la mano de quien los empuña. Y a veces, no hace falta ni callejón. Ni puñal. Ni nada. A veces es un golpe tan certero como sólo lo puede ser una palabra.
"Basta"
Todo lo demás, se quedó en aquella jaula,
esperando otra historia que abrazar.
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