Me come el fantasma de mis drogas que gotea saliva
manchando mis libros y mi vista
alejándome de todas las cosas que me gustan
pero mentiendo en mí tanta música
que mi cuerpo se apelmaza en un muro de colores
donde las olas retumban hasta crear un eco
que hago mío.
A eso, le llamo voz.
En un lado del muro, estoy yo
que no es poco, aunque tampoco
apueste mucho cuando las nubes rondan la muralla
y me quedo frío y pequeño
hasta descubrir que las nubes las trajo el chamán
que ronda el otro lado del muro
y que busca venganza por prohibir la magia
y las historias.
A eso, le llamo madurez.
Me apuntalo así entre el sedal de mi mollera
y mis manitas de niña callejera
que no han roto un puto plato en su puta vida
y las coloco frente al muro de colores
que vio al hechicero arrancarse las alas
y arrojarlas al puchero para comer
hasta envenenarse.
Y a eso, le puse mi nombre.
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