martes, 16 de mayo de 2017

Signature

Salió de la oficina de desempleo.

Al día siguiente, vendió sus libros.
Pero todavía no.
A la semana siguiente, el radiador y la tele.
Pero aún no era suficiente.
A las dos semanas, vendió los manteles, la tapicería
y el móvil con acceso a Internet.
No obstante, parecía que no.
A los quince días, vendió la tostadora
el anillo de casada y los marcos de los retratos del pasillo.
Seguía sin ser suficiente.
Al mes, vendió su ropa, sus zapatillas,
su goma del pelo y el cepillo de dientes sin usar.
Y aún, no pasaba nada.
A los tres meses colocó el cartel de 'Se vende'
en el balcón de su casa, a la vista de todos.
Sin embargo, nada.
A los seis meses vendió sus manos, su útero
su espalda, sus mejillas, sus párpados e hizo un buen precio
con las raíces de su pelo.
E igualmente, pareció nada.
Finalmente, al cabo de un año se recogió en una caja
y se llevó al mercado de abastos, donde desapareció
por completo.

Y por fin, en ese momento de total libertad,
firmó el contrato.

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