Empiezo el día. Uno cómo otro cualquiera, sin nada de especial, sin nada por lo que ilusionarme. Dicen, cuentan, comentan y susurran... pero nada más. Sigo siendo esa persona alta y delgada. Alguien raro y díficil de enteder.
Aquel al que nadie escucha, al que todos ignoran y sólo unos pocos le dan a a enteder que no es gran cosa. Que no vale nada. Que todos los demás simplemente son mejores, por el hecho de ser todos y que tú eres sólo tú. Por que si eres los suficientemente idiota para destacar, es por que eres lo suficientemente bueno para actuar. Actuar por todo, no paralizarte por nada, no reirte cuando a alguien le dan patadas, le insultan o simplemente, no le dicen nada.
Y el día se consume igual que la rutina en mis venas. Un día más que olvidar, un día en el que no he vivido. Un día donde todo sigue igual... hasta que un vago recuerdo pasa por mi mente en el lugar de siempre, en el momento de siempre. Entonces oigo el quebrar de la cerradura a la vez que el de la rutina, para acabar hallando en la prisión de las palabras, una ilusión blanca manchada de tinta.
La cojo y casi temeroso de que se disolviera entre mis manos al igual que tantos sueños estropeados, gastados y rotos, la llevo al refugio dónde las paredes susurran y por la noche, una luz tenue me lleva a otro mundo donde todo cambia. Donde estoy con quien quiero estar...
Donde simplemente, soy feliz.
Rasgo el fino papel blanco con avidez y de forma torpe. ¿Porqué estoy tan nervioso? Bueno, no estoy nervioso, estoy ilusionado. Por una vez lo que más me preocupaba en aquel momento era lo que sostenia en mis manos y no lo que ocurriría en el predecible dia de mañana. La termino de leer entre risas y recuerdos.
Y por una vez, después de mucho tiempo, vuelvo a sonreir por saber qué me esperará mañana...
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