Tengo miedo.
Siempre a estado ahí, presente.
Según algunos, ese miedo no existia hasta que lo hice patente. Hasta que lo descubrí y me pregunté el porqué estaba allí, el porqué existía y el porqué tenia que vivir con él. Siempre agarrado a mi pecho, al principio me mantenía inmóvil como una estatua de carne, mirando hacia un infinito que sólo podía soñar. Me lo mostraba sin más y me hacía soltar bocanadas de frustración y de rencor a que nunca podría hacer nada sin él. A que si por algo seguía allí era por que él me había mostrado que no podía, y eso era lo que me mantenía con vida.
Me protegia ante lo que desconocia y yo, simplemente era feliz.
Lo necesitaba, formaba parte de mi. Estaba tan dentro de mi corazón como lo estuvieron las pocas personas que han ido pasando por mi existencia. Pero a la vez mi existencia no fue más que una forma de decir que ese miedo seguía allí. Seguía latente y presente, me mantenía al borde del precipicio entre la feliz seguridad del vivir sin más y me ensordecía de la extraña melodía de sirenas que me incitaba a saltar a ese basto infinito y comprobar si alguna vez fue realidad que nada es infinito, si no que es tan sólo un porquesí que debemos erradicar de la manera mas contundente de todas: con verdad.
La verdad mata la ignorancia y fue ella quien me mató a mi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario