La verdad es que no sé para qué escribo.
Las palabras no sirven de nada. No valen. La cruda realidad las pone a la parrilla y se las zampa con ansia. Uno las supura mientras la herida está abierta para luego volver a mirarlas como una cicatriz de aquel antiguo dolor.
Pero las palabras no te curan la herida. Cuando algo no se puede curar, cuando algo te ha dolido pero ya sólo puedes lamentarte, es cuando escribes. Cuando no hay nada más. Si de verdad la esperanza es lo último que se pierde, mi esperanza dejo una nota en la nevera y se largó hace mucho tiempo.
Y en silencio, mis ojos leen la desgastada nota...
En la nevera hay doble ración de alegría, felicidad y optimismo. No te olvides del postre ;)
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