Me levanto por la mañana, triste, abandonando el calor depositado en mi cama para que muera en silencio. Entreabro los ojos al sentir el abrazo del frío y miro por la ventana. El sol escala el horizonte un día más, mientras yo intento dar esquinazo a ese escalofrío que baja por mi cuerpo más rápido que cualquier mujer con la que hubiera estado.
Me preparo el desayuno y como a los ojos del reloj, a la espera de que marque la hora de mi ida. Intento robarle un poco de calor a la estufa y guardármelo en mis escasas carnes pero al cabo de un tiempo, sin darme cuenta, lo he perdido.
Al igual que el tiempo de desayunar, pues en un intento de calentar las manos, el desayuno ya estaba frío y prácticamente entero. Lo reservo para otro momento al amparo de la bombilla que alumbra el frigorífico como cualquier funcionario encumbra su trabajo: cuando le ven.
Bajo las escaleras al compás rítmico de cada escalón y termino en el suelo una vez más. Losetas sucias, rotas, parcheadas de chicles y de losetas nuevas que ocuparon el hueco de las demasiado viejas como un agrio aviso de que a las demás tampoco les quedaba mucho.
En la calle todo seguía igual. El ronroneo de los motores dejándose llevar por el suave cemento hacia peatones de prisa, maletín y sombrero que cruzaban a campo'través la ciudad. El pico y la pala se juntaban con recién llegados como excavadoras y hormigoneras y poco a poco van quitando el último vestigio de que alguna vez existieron los árboles en Granada.
Termino por llegar, tras pasar por callejuelas acojedóramente inóspitas, para acabar en el instituto dónde me propongo hacerme un porvenir o al menos, hacer como que lo hago. Paso clases enteras embelesado con el abrazo de la brisa a los cristales. Oigo el crujir de tizas, el destilar de bolígrafos y el sopor de las palabras de algunos de mis mentores.
Sonrío, río o simplemente estoy entre amigos y compañeros, caras que ya me van sonando y otras que he conseguido grabar en el corazón.
Terminamos con el chillar del timbre y el palizar de la campana y yo añado a mi lista de cosas pendientes, muchas cosas más. La tarde se me consume espontáneamente rápido como si ahora, el mismo sol que me levanta cada mañana tuviera miedo de verme en libertad.
Le veo esconderse cada día, y con él, el nacimiento de otra noche fría que me hace esconder el calor bajo la cama. Me pongo el pijama y durante un momento... no oigo nada.
Lástima que solo sea un momento.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario