La conocí entre renglones de cuadernos de plata, que murmuraban una sonrisa en cada palabra. Admitía ser sincera, pero era una de esas hipócritas de cuello vuelto con estas palabras en la boca:
Nunca te metí, no me preguntaste la verdad.
Admito que era interesante, una desconocida de la que hubiera esperado más que un sermón como el de los demás. Deseeos oscuros que saciar en una noche traviesa através de la mirada perdida en la libreta resplandeciente... que decía nunca mentir.
Pero fue así. La zorra se descubre al final del camino, cuando ya no puedes correr. Admito que me has herido y esta es la cicatriz que escribo como muestra de ello. Aunque cada vez que lo pienso, merece más la pena olvidarte en el cajón de los sintecho, de los que necesitan un consuelo blanco de pelo negro para poder dormir bien por la noche.
Yo al menos no lo busco en el brillo de unos ojos inocentes.
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