sábado, 6 de marzo de 2010

Autoconciencia

Escarciaba el tiempo tirado entre almanaques.

No veía salida a nadie, ni encontré en los escaparates, felicidad a expuertas. Perdí la razón y la conciencia entre licores y reyertas, buscando la fe que aún me quedaba en el mundo. Y esperé mas de un segundo a que la lluvia cesara, pero hay noches que son noches, y la noche nunca acaba. Terminé turbando al destino a la oscura delicia de la venganza, curtiendo mi letra en la lista de pendientes por sable y espada.

Firmándola, comenzó mi búsqueda.

El primero, un mercader alterno que de oro saciaba su ansia. Opulento y gordo, con las dos manos rotas de todo lo que robaba a hombres buenos y justos, a hombres de talla, que aveces perdían el jucio entre dados y cartas. Y cuando estalló el puñal en su pecho, lloró maltrecho pidiendo la ayuda que nunca daba. Murió suplicando, viendo el brillo del metal de la espada que no otorga: paga.

La segunda se escondía en esquinas baratas. Furcia y desmelenada, más perdida que yo entre licores y sabores de amargas. Ni siquiera reconoció el rostro del último beso que daba. Muerta la puta, muerta la rabía. La calle vacía del tumulto que armaba, me agradeció dejarla tirada, sangrante y moribunda mientras yo seguía cavando mi tumba a puñaladas.

Pues la tercera era la peor de todos. Era la artificiera del hundimiento de mi vida. Era caliente a ratos, mas a siempre que a medias. Daba igual mañana, tarde que noche, siempre era ella. Robaba la sangre del corazón y se la metía de veras buscando placeres oscuros que no me dejaban tregua. Por su culpa buscaba al primero, por su culpa encontré a la segunda.

La tercera es la esquela que da fin a mi vida, que termina como toda otra empieza. Rajé el tronco del arbol de mis piernas, y lo tiré al río mientras lloraba mis penas aguadas en sangre que perdía a expuertas.

Cuanto más duele, más aciertas... siempre que seas yo mismo.

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