Dos, tres, cuatro, cinco...
¿Quieres contarlos? ¿Seguimos?
Traigo un buen vino para perseguirlos por el papel y un champán francés para brindar por los no escritos. Ni olvidarás tu tesis doctoral, ni perderás tu plaza en la universidad ni pensarás más allá del aquí o de nuestra cuenta pendiente.
Dos, tres, cuatro... ¿Cual es el siguiente?
Cinco platos calientes de sorpresas culinarias, tres tipos de bebidas y un mantel a rayas. Comenzamos con el vino, que introduce un dejaví con patas colándose en nuestra cena y, amigo del champán francés, nos hace caer en los clichés de contar por contar.
Dos, tres, cuatro... ¿Cién?
Al rato ya no sabes si fue el champán francés o la botella de JB que escondía el número tres de bebidas, pero pronto estás movida a seguir contando. Sigues numerando, con fluidez los cinco platos y el solitario mantel, cuando das a entender, los numeros negativos.
Menos uno, menos dos, menos tres...
Y nos deshacemos del champán francés y la botella de JB y nos aplicamos la misma regla. Van desapareciendo prendas que cuentan mas que los números que las representan. La primera fue eterna. La segunda tierna. La tercera la calculamos rápido para que cayera despacio por debajo de la mesa, mientras recordabamos que número se nos escapaba al principio.
Uno...
Es lo que queríamos ser. Dejar los números compuestos y sentirnos únicos en un vacío matemático de calcular exitos y fracasos en una escala de diez. Apoyarnos en la embriagadez de los números infinitos y cambiar el papel. Ni sumar ni restar: sólo ser.
Y lo que espero después de contar estos números, de haber escrito en nuestros cuerpos desnudos todas esas caricias... es no encontrarme cuando acabe igual que como empezé:
A cero.
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