Tenemos seis sentidos. A los cinco ineludibles sentidos en los que todos socabamos cuando somos pequeños, tenemos otro. Y es el sentido de la fuerza que sopesamos.
Con la vista distinguimos los colores.
Con el oído los sonidos.
Con el gusto, los sabores.
Con el olfato, los olores.
Con el tacto, las superficies.
Siempre se nos olvidó la fuerza con la que impregnamos a las cosas que nos rodean. Por que cuando alguien coge algo, sin utilizar ninguno de los sentidos anteriormente citados, sabe cuanto pesa y cuanta fuerza tiene que ejercer para superarlo. Y lo sabe sin colores, sonidos, sabores o superficies.
Pero este sentido va mas allá de los objetos. Por que con el tiempo, vamos desarrollando un sentido innato para sopesar cada paso que damos y saber la fuerza con la que lo vamos a hacer. Y lo afrontamos, o nos echamos las manos a la espalda.
Y como cualquier sentido, nos equivocamos. Olvidamos todo lo que nos ha costado llegar hasta aquí. Así es como empiezan a levitar las mentes y a hundirse las cabezas. Y las rodillas. Y se alzan esos dioses carentes de este sentido tan humano.
Quienes todo lo pueden sin el menor esfuerzo y sin sopesar sus actos.
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