Si escribo tres puntos suspensivos enmarcados entre corchetes nada más empezar con mi charlatanería, viene siendo porque no me sale del rabo, o de las agallas, ponerle título a lo que escriba.
Échenle imaginación a la cazuela, que el hambre de poesía aprieta a estas horas de la vida e ir saltando entre muros con rostro para encontrar algo de alijo no nos va a dar un sustento digno. Ni caldo para este pollo. Ni una mijita de sueño después del aliño que se presenta pinchúo dando coba entre las sabanas.
La poesía no me va a dar de servilleta tus bragas y una filología el consuelo de un tenedor. Que no me entero y mira que el que explica soy yo, pero que quiero dejar a un lado los dineros, el vibrador que por supuesto te regalaron y ese pingajo de soledad de los que se llamaron cobardes y pusieron títulos y etiquetas.
Así que así dejo mi hambre y mi longeva gallina cacareante escapar de este corral y de sus picos.
Y si no les vale todavía me quedan recetas de gazpachos para que se les repita.
Y si no les vale todavía me quedan recetas de despachos,
sesenta y dos kilos de mentiras
y un cajón donde deciros que escribo
y que encima,
lo llamo POESÍA.
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