En toda casa se encuentra una estanteria con todo lo que es importante para uno. Mantiene y sostiene todo lo que somos capaces de guardar con cariño. Algunos reservan grandes discos negros protegidos por la solera de los años. Otros colocan fotos y retratos de la gente a la que aman. Sin embargo, la mayoria prefiere guardar grandes libros con los nombres de las personas que han de ser recordados por la humanidad.
Mi estanteria la forman albums vacíos de fotos, montones de discos rotos y retratos de gente que no conozco. No es como las demás. Está formada por pilares enlatados y explanadas de hormigón. Es alta y a la vez resistente, pues no importa cuanto la tientes, siempre se mantiene firme, sin doblegarse ante la visión de cambiar sus pilares oxidados por recias varas de hierro ni de sustituir su aspero cemento por pulido cristal.
Ella nunca cambiará, igual que nunca cambian las cosas que sostiene. Nunca cambian, solo se añaden más y más hasta que el mismo peso de estas, el tiempo y quizás la mano de algún Dios errante haga que se doblege y todo lo que sostiene, se hunda con ella.
Entonces, todo ese peso que lo ahogó dejara de ser su carga... ahora es su liberación.
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