Di un largo trago de agua y oteé de nuevo el horizonte, en busca de nuevos mundos por explorar.
Algunos preferían el vino o la cerveza en sus camarotes, pero ya había conocido la agonía de verlos escasear frente al gigantesco mar de agua salada, una tentación envenenada de la que no todos conseguian escapar.
Pues después de dias sin comer ni beber, cada ola gigante se convertía en un abrazo suicida y, en medio del mar, todos estabamos realmente solos.
Nuestro barco salió de Palos en busca de los tesoros prometidos por el Nuevo Mundo. Nuestro capitán era un noble novato, neonato en esto de los barcos, así que a ratos perdimos el rumbo, ropandonos con vagabundos de dientes de acero.
El primero, un acorazado inglés, mas furtivo que cortés que intentó darnos caza por los estolones. Nos estaba pisando los talones cuando nuestro noble capitán hizo ademán de plantarle cara con nuestro humilde vergantín, sin conseguir mas que un motín y un par de puñaladas.
Muerto al fin, pasamos a la democracia del vivir para contarlo.
Mientra tanto, seguiamos allí, en lo profundo del mar, entre el paraíso que nos prometieron y el purgatorio que nos precedía. Pero el diablo nos temía, pues digan lo que digan, el diablo tiene alma y todo lo que tenia alma se comía.
Pero después de todos los diablos de carne, mar y aire, allí, rodeados de agua, comenzó el sentimiento.
Todos sabían que besar el mar es el primer paso para la muerte y un abrazo a la locura. Sin embargo, los cuerdos hace tiempo que afianzaron sus cuerdas al cuello, así que era de esperar un poco de sal en nuestros cuerpos.
Dí un largo trago y oteé el horizonte en busca de nuevos mundos que explorar. Ahora, un nuevo rumbo se habría ante mi. Un nuevo sueño. Un sueño dulce.
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