Desfilaba por los sueños esperando ver algo que le hiciera más fácil su trabajo. Buscaba pruebas, motivos, razones, aquello de lo que estaba hecho. Le seguía resultando muy raro aquel suceso y esperaba cerrar pronto el caso.
Aún así, el General Neurótico sabía que tenía las de ganar y no pretendía ceder ni un paso. Todo había sido procesado: la presentación, la conversación… y aunque aquel abrazo había hecho levantarse a los cardíacos y empujarlos a seguir adelante, aquellos silencios dejaron bien claro que no había a qué atenerse, y que se debía archivar en la lista de cosas pendientes que no merecen la penar recordar.
Porque si luego todo sale mal, el único responsable era él. Una vez más el corazón se haría el loco, el pene se hundiría hasta el fondo y el único que quedaría sería él, Director General del Cerebro, el mandamás de aquel cuerpo recién estrenado en el mundo adulto.
Y no pretendía hundirse nada más empezar su legislatura. Bastante habían tenido con esos inútiles pedagogos de la adolescencia que más que ayudar lo que hicieron fue parchear el cerebro con ideas inútiles, que se partieron al llegar la ironía, la retórica y el saber. Los pedagogos decían que era un mal necesario, pero no son ellos los que todavía están pagando los destrozos con tics nerviosos y un foso de inseguridades donde perdía cada día buenas y valientes ideas.
Pero a pesar de que ya aquella chica estaba archivada y la vida del alma, que guiaban entre aquel cuerpo, volvía a estar a la perfección, el General intuía una emboscada. Parecía ser que alguien había filtrado el recuerdo de aquella muchacha y el alma le había vuelvo a prestar atención. Sospechaba de los testículos. Todos sabían que cuando empezaban a faltar plazas donde depositar a su nueva chusma, buscaban algo alentador en los archivos de la memoria y la imaginación con el que poder librarse de unos cuantos.
Pero aquella vez habían colado su recuerdo en un sueño y el alma no dejaba de pensar en ella. Los de comunicación del cerebro le informaron de que el alma había estado preguntando por ella a sus amigos. Quería volver a verla. Afortunadamente, el alcohol había corroído los suficientes archivos. Le hacía gracia que una sustancia de la cual se quejaba tan a menudo le fuera a salvar el pellejo aquella vez.
Neurótico lo tenía claro: aquel caso estaba cerrado, no había nada más. No habían encontrado al inútil que coló el recuerdo, pero seguramente se habría perdido entre los sueños y habría acabado cayéndose en algún agujero de pesadilla, del que no volvería a salir jamás. El corazón y el pene seguían en tensión después de aquel sueño, y salvo el estómago a ratos, el resto de órganos y partes mantenían el control y todo proseguía según lo acordado.
Estaba cogiendo uno de los ascensores del sistema nervioso central para volver de regreso, cuando notó como el pulso se alteraba y la alarma de adrenalina se disparaba por todo el cuerpo. Intrigado, llegó a la sala de control manteniendo la calma, pues había un puñado de situaciones que, aun saliéndose de lo cotidiano, podían necesitar una respuesta mayor por parte del cuerpo.
Pero no fue hasta llegar a los ojos cuando se dio cuenta de la gravedad de la situación. No podía creer lo que veía a través de aquellas lentes cristalinas. Era ella, la chica del sueño, la causante de todas aquellas perturbaciones en los sentidos que había perfilado durante años. Los impulsos nerviosos viajaban como locos y cada vez más neuronas se conectaban a la red, despiertas y brillantes, como un millar de pequeñas estrellas sin una luna que las cegase. Y lo peor de todo, allí estaba el alma, despierta y erguida, en busca de la alma gemela que el General Neurótico se había empeñado en esconder.
Apartó al General a un lado y se colocó en el centro de todo. Sus manos y sus pies empezaron a extenderse y se hizo dueño de un cuerpo que siempre había sido suyo, pero había dejado que fuera reinado por la rutina y el instinto de supervivencia. Entonces, el alma sonrió a la muchacha que veían sus ojos.
Y fue en ese momento cuando el General Neurótico lo dio todo por perdido, pues había luchado contra enfermedades, depresiones, pesadillas… pero supo que nunca podría ganarle la batalla a aquello llamado amor.