Un momento.
Es lo único que he tenido para admirar la belleza de mi mundo, sentir el aire fresco en mi cara y el miedo a que me descubran.
Las luces de las farolas alumbraban tenuemente a la ciudad con un tono amarillento. Las calles están vacías. Tan sólo las hojas de los árboles conversan entre susurros con las estrellas, casi imperceptibles en el cielo.
Reina la tranquilidad... sólo un momento.
Sólo durante un instante antes antes de ser quebrada por el ruido del acero prensado, moldeado y adaptado para consumir la tierra que pisa, y que pisamos todos. Las aceras gimotean en silencio y crujen, pero se mantienen unidas soportando que les pisen una y otra y otra vez.
La Luna desapareció, las luces se apagaron, los arboles se quemaron y el asfalto se quebró.
Pero ya no me importa. Ahora sólo quedamos tú, yo y nada más...
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